jueves, 5 de mayo de 2011

La estrella

Por: elías AGUILAR                                                                                                                                            
Según creía, dentro de mis primeros recuerdos infantiles no había visto Objetos Voladores no Identificados. Pero haciendo memoria recuerdo haber visto uno en una madrugada de “Reyes” de 1948, cuando tenía 4 años y medio.
En esa época auténticamente había un cielo atestado de estrellas, claro y limpio. No había una sola partícula de basura espacial. No existían los satélites artificiales o los sputniks famosos que serían hasta 1957 aquí en el área gravitacional del firmamento terrestre, y menos su multitud de desperdicios actuales.
Como esa noche me mandaran a dormir a la recámara de mis tíos Nicho y Checo, de 7 y 9 años aproximadamente, para que no nos diéramos cuenta de la maniobra de trapacería con nuestros juguetes al colocarlos junto a nuestros zapatos puestos al pié del “nacimiento” (en México todavía no se conocía al gordo, cachetón, bien nutrido, de pelo blanco en la cabeza y en la cara, y quien sabe de qué tanto se burla desde el año de 1950 en que nos presentaron).
Checo nos decía, con la luz apagada y entre susurros para que no nos oyeran: “Miren, acérquense a la ventana y vean esas 3 estrellas –precisamente desde la colonia Estrella y frente a la 3 Estrellas, en lo que hoy es la Delegación Gustavo A, Madero, en el Distrito Federal- en el cielo que son los “Reyes Magos”…
-¿Cómo 3 –le increpó Nicho- si son 4…?
-¡Miren, una se está moviendo! –grité entusiasmado, ante el siseo, sobre todo de Checo quien me puso cara de “pocos amigos” por la imprudencia de hacer ruido tan escandaloso. Lo que de inmediato había tenido respuesta con mi tía “Yoyin” (Georgina, jovencita de unos 17 años): “Hoy no va a haber “Reyes” si no se duermen” –dijo entre gritos y azotando contra la pared la puerta al abrirla. Pero nosotros rápidamente ya estábamos metidos bajo las cobijas y haciéndonos los dormidos con un mal fingido ronquido.
Como desde nuestro lugar en la cama, a través de la ventana sin cortinas, se veían perfectamente las 3 estrellas y una cuarta avanzando muy lentamente, al menos yo, no le perdí detalle hasta que llegó a un punto en que se detuvo y luego de unos breves segundos desapareció, dejando una estela blanca, más producto de mi imaginación que de la realidad, supongo, que me hizo incorporarme en la cama nuevamente. Pero un manotazo en la cabeza me obligó a hundirme en las mantas instantáneamente.
Antes de quedarme dormido, sólo imaginé las intermitentes y grandes bocanadas de humo que despide la bocacha de la caldera de vapor de la vieja y única locomotora del ferrocarril nocturno, que va anunciando su partida rumbo al noreste de la República Mexicana, por las vías contiguas a las colonias Estrella y 3 Estrellas, y cercanas a Santa Isabel Tola, Distrito Federal, y Acueducto de Guadalupe, en Tlalnepantla, Estado de México, y nos hacía sentir el crujir de los durmientes que acompañan el ulular lastimero y al melancólico aullido del armatoste.
Hermosas Chamacas las Van Pratt.
Lourdes, la mayor, la recuerdo en una posada escondida tras una puerta esperando que apareciera un chamaco para aventarle un cohete que le tronara…Sí, lo tenía prendido y pensaba que así iba a permanecer hasta que se dejara ver el escuincle…Y, ¡pum!
Cecilia, ojos azules, enormes y preciosa, cantando el “Aba Daba”, o las canciones de Glen Miller en perfecto inglés (mi madre se habría educado en Orange, California. Y, además hija de guarda casa de cines como el “Metropólitan”, el “Jardín”, el “Goya”, el “Alcázar”…, donde exhibían todas las películas musicales de la Warner Bros., la Columbia Pictures, la Paramount, los Estudios Universal, la Metro Golden Mayer, etcétera, y de ahí mi familiaridad con el tema).
La voz, como las mejores de solistas o de grupos corales femeninos de las famosas orquestas de la época, lo que obligaba a uno a preguntarse, ya con más edad encima, más experiencia cinematográfica de espectador aficionado, más la melomanía que siempre nos caracterizaron, ¿qué harían por estos lares niñas de tan agradable estampa y talento, y de origen holandés?
Matilde, muy atractiva y de natural sensualidad aunque hiciera su mejor esfuerzo por ocultarlo.
Consolación, amor platónico de muchos chavales que conocí…incluyéndome. Siempre con la sonrisa perturbadora, inquietante, y toda ella encantadora.
Maye, en esa época era muy pequeñita. Apenas si daba sus primeros pasos.
 5 de la Maña de ese Día de Reyes.
Hermanos, claro que los había. Y para todos quienes lo tratábamos el más amable y jovial por su carácter, por su edad y sencillez… era “Pillo”.
“Pillo”, porque junto con sus hermanas fue a hurtarnos nuestras costumbres de que a los escuincles que no sabíamos, que no estábamos acostumbrados, por ejemplo, que en 1950 nos era obligado a finales de diciembre (que a los padres pobres como los nuestros, no les ha de haber caído muy bien el detalle) el regalo de un fulano gordo, picarón y dadivoso, que no conocíamos llamado Santa Claus o San Nicolás, como si hubiéramos sido mocosos recientemente traslapados como naturales de Sajonia y expectorando para todos lados el idioma alemán.
En el barrio y en todo México…Bueno hasta San Luis Potosí digamos, que yo sepa (por aquellos años las comunicaciones eran muy diferentes: no había televisión y mucho menos computadora o internet), sólo teníamos la ilusión los 6 de enero de cada año por esperar a Melchor, Gaspar y Baltasar. Y nuestro único obsequio visual y religioso era el “nacimiento”.
Recuerdo que cuando de la Villa íbamos a “México” (así le siguen diciendo al centro de la Ciudad de México) en los tranvías amarillos, y aparte en el voladizo y cornisa de un almacén nos divertíamos sorprendidos con el “Jo, jo, jo” discontinuo del regordete personaje tamaño natural, vestido todavía de verde, y con un trineo jalado por unos renos también de cartón que se balanceaban rítmicamente. Aunque los Van Pratt, obviamente, ya los conocían y los comerciantes también.
Ese día salí feliz a las 5:00 de la mañana a presumir mis juguetes de “Reyes Magos”. La calle desierta y en su casa sólo estaban levantados “Pillo” y “Conso”. Y antes de que yo pudiera indagar abiertamente qué le habían traído a ella, un grito en plena madrugada: “¡Consolación!”, de una de sus hermanas sólo le permitió decir: “Un Elgin”. Y desapareció en las escaleras.
“Pillo” o Emigdio, pues, ni caso me hacía por el magnífico regalo, mordiéndose la lengua y sentado en el suelo, estaba muy entretenido armando los puentes, los durmientes, los anuncios de crucero, las vías de desviación…de su ferrocarril “Lionel” que si echaba donas de humo de verdad y hacía el clásico sonido de “Chucu… chuuuucu, chuuuu… Uuuuuu, uuuuu, uuuuu…”.
Entonces ya no le insistí y me fui caminando para atrás, para atrás, para atrás…hasta que quedé en la calle y al frente con mis palos que tenían clavadas 8 o 10 ruedas también de madera, y que tenían pintados un simpático maquinista y 6 u 8 pasajeros en los costados, y me regresé a mi casa haciendo con la boca una burda pero alegre imitación de un “Chucu, chucu… puuuu, puuuu, puuuuu…”.
 La Morada de Paz.
Después de tremenda guarapeta se despertó todavía bastante ebrio. Claro, era tal el bullicio matutino que era materialmente imposible permanecer con los ojos cerrados.
Aparte que de un empellón lo enviaron 3 o 4 metros de distancia. Situación que apenas si lo mantuvo en equilibrio porque fue a meter una de las botas en un cagajón de caballo madrugador.
Al mismo tiempo y a unos cuantos pasos se oyó un airado reclamo: “¿Y tiene usted autorización para sus sacrosantas lecturas…?”.
Y esto último lo dijo ya con el libelo en las manos, para continuar sin permitirle abrir la boca para defenderse en lo más mínimo.
“Sí, siempre dicen lo mismo, que es para rezarle al condenado.
“¿Y ya está preparado para entender nuestro libro sagrado?
“Llévenlo con el alguacil de inmediato para el primer tratamiento de investigación…” –Les ordenó a unos subordinados haciéndole entrega, a uno de ellos, de la biblia incautada.
Al escuchar la perorata, Habacuc intentó escabullirse pero no encontró, en “Santo Domingo”, el monumento a doña Josefa Ortiz de Domínguez para esconderse detrás con sus comprometedores textos de Nietzsche.
 Impulsado por tan agudo susto, en esta segunda ocasión sí se despertó en verdad y todo bañado en sudor.
Apenas si pudo gesticular palabra y sólo alargó uno de los brazos para alcanzarse la bebida más cercana disponible.
-¿Qué traes…? Estás bastante pálido. Como si hubieras visto al mismísimo demonio…-Le dijo Gloria Grace.
Después de apurar su trago de ron con agua y refresco de cola, le respondió: “Casi, casi. Vi, ni más ni menos que al verdugo de los quemaderos”.
-¡Ja, ja, ja… ja, ja, ja! –Soltaron una estruendosa carcajada Gloria Grace, Luis Florencio Núñez y Guillermo Herreros, ante la mueca de sonrisa de Raúl Arrieta.
--“El verdugo de los quemaderos”, ja, ja, ja –repetía divertida Gloria Grace- Se me hace que estás concursando por la mejor frase para un comercial de cigarros Del Prado. Ja, ja, ja.
-¿Por qué Del Prado, tú? –Le preguntó Guillermo Herreros.
-Porque son de los que fuma Habacuc. Aunque ya sé que tú no tienes el vicio, pues –Le respondió nuestra amiga – Y más bien fuma “Lucky”…”Lucky” haya, porque siempre se acaba mis “Marlboro”.
-Qué “abominable embustera” eres, mi querida Gloria –Le respondió Habacuc. A quien a su vez sólo le contestara con un guiño de ojo.
Como a la Morada de Paz, la gran mayoría que iban eran puros intelectuales, es decir, escritores, caricaturistas, compositores, historiadores, periodistas, poetas, ejecutantes de guitarra, como “Gilillo” el profesor y chamán chiapaneco, Gilberto de la Rosa; y bohemios genuinos, conversadores de oficio y, entre casi todos, privara una gran camaradería normalmente y en plan festivo, algunos acostumbraban decir: “abominable embustera” en lugar de “pinche mentirosa”, por ejemplo. Por aquello de la fastidiosa costumbre de la censura literaria y sin la pretensión de parecerse a un filólogo, sino simplemente redactar con propiedad el idioma, y detener el afable manejo de la palabra, retóricamente hablando…
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Es el inicio de un libro que estamos garrapateando y que, indubitablemente, adquirirá ese espléndido, vetusto y adorable formato, para el regodeo en sus hojas y páginas con suaves aromas de tinta recién impresa, o ya muy usada es lo de menos, que esperemos nos dé el privilegio de contar, entre los buenos amigos, a un generoso mecenas aunque no sea camarada de ningún emperador Augusto, ni haya nacido hace poquito más de 2000 años, pero que tenga el re canijo gusto por los auspicios, por el apoyo, al literato, al artista desvalido…al calata, calandrajo, hemipléjico y lengua de trapo, pues, para resistir un poquito más.