jueves, 28 de junio de 2007

Preludio Editorial de ¿¡y!?

Nacido en la hermana República de Guatemala y naturalizado mexicano, el licenciado Francisco Domingo Mejía Pivaral goza de reconocimiento profesional como excelente abogado, particularmente en la especialidad del Derecho Agrario, por lo que desde hace muchos años se ha desempeñado como titular del cuerpo jurídico de la Confederación Agrarista Mexicana, en su lucha cotidiana de protección de los intereses de los productores del campo, así como de los ciudadanos con ingente necesidad de un techo protector como patrimonio familiar.

Esa misma sensibilidad social la refleja como hombre de letras. Por ello nos permitimos publicar para usted uno de sus poemas, escrito en el año de 1978 con motivo de la tarea trascendental que se echara a cuestas al fundar un grupo de Alcohólicos Anónimos en la ciudad de Guatemala, con la satisfacción de haber sido factor fundamental para la rehabilitación de una legión de camaradas que han padecido el infierno del alcoholismo, y que hasta la fecha continúan restituyendo su salud física y mental en ese noble centro que aún existe y que conserva el nombre, elegido por su fundador, como el celebrado poema “Reencuentro” de nuestro querido amigo don Francisco Mejía Pivaral, a quien, hoy, rendimos modesto homenaje en función a su enorme estatura intelectual y como recalcitrante benefactor henchido.

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“REENCUENTRO”

(Canto de un Alcohólico)

Por el Lic. Francisco Mejía Pivaral
Al Lic. Raúl Carrillo Meza
Con eterna gratitud

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Sobre pasos inciertos de mi vida,
bajo escombros de ilusiones yertas,
entre corolas de tantas flores muertas,
una esperanza y una verdad anidan.

Nuevos matices resurgen en la tarde,
claras luces emergen de la nada,
todo debe ser historia ya olvidada
de un pasado, en que fui cobarde.

Heme aquí, de extraño escudo poseído,
defendiendo de mi honor si algo quedó,
pués en el ayer todo en mí se disipó,
en un cabalgar de copas y de olvido.

Perdida en los inhóspitos breñales,
mi alma lacerada por abrojos, por espinas,
como espejismo se llergue entre las ruinas
la bondad de claro oscuros manantiales.

Un despertar espiritual se asoma
tras el huracán que arrasó con todo,
que abatió mi alma y me sumió en el lodo,
cual destino trágico de paloma.

Un renacer de mi mente yo avisoro
entre el naufragio de rosas y de estrellas.
¡Oh milagroso regalo de tantas cosas bellas!
que encarnan en el ser, su único tesoro.

Y así, poco a poco, al declinar el día
un canto dulce se incrustó en mi ego.
¡Fue Dios! quien acudió a mi ruego
entre voces celestiales y poesía.

No quiero volver sobre mis pasos,
tristes vestigios de un pasado muerto,
rastro macabro del malogrado puerto
donde mi cielo se quebró a pedazos.

No quiero otra vez pisar la arena
de aquel sitio en que estuve encadenado.
No quiero, no quiero, volver a mi pasado
que fue infierno de mil cruces y de pena.

Quiero beber de la sobriedad sus mieles,
del mar inmenso su auténtica belleza,
conocer el amor pleno en su pureza
sin botellas de ron, ni cortesanas.

Vivir consciente una vida positiva,
llevar por fin, con honor mi nombre.
Quiero que algún día se me llame hombre,
mirando al cielo con la frente altiva.

Remodelar con otra arcilla mi presente.
Hacer un hombre con lo que fue basura.
Apartarme de aquel mundo de locura
dando nuevas directrices a mi mente.

Erradicar de mi lo que hay de vano,
acabar con el resentimiento impío,
abrir todo, todo este corazón mío
al que herí con mi abyecta mano.

Y ante nítidos y nuevos horizontes
reencontrar el yo de mi destino,
entre los lirios destruídos por el vino,
tristes amapolas y marchitos montes.

Sin temor, ofuscación, ni espanto,
reconstruír, así, sereno, arrepentido,
todo aquello que creí perdido,
cual ave triste que olvidó su canto.

Regresar quiero al punto de partida,
donde el alcohol hizo su presa,
para empuñar mi lanza con destreza
contra el mónstruo que segó mi vida.

Reencontrar quiero el paraíso que cambié
por un desierto de soledad y llanto.
¡Ayúdame Dios con tu Poder tan Santo!
para poder amar lo que nunca amé.

Reencontrar, por fin, a Dios crucificado,
quien su mano me ha tendido dulcemente
perdonando mi necia actitud irreverente,
mi rencor, mi orgullo y mi pecado.